A falta de un Traductor Justiciero, aunque no sea mítico, con la capa al viento o con los pies bien en el suelo, «una mujer […] a la que le gusta ver las cosas bien escritas», según se define (y no es poca cosa, bien es verdad), se ha dirigido a este atribulado corrector bitacorero para trasladarle su inquietud, y hasta enojo acaso acumulado por años de convivir con ello, por un cartel que luce tan campante encaramado a las farolas del paseo playero del cabo de Palos, que hasta este desmemoriado sedentario sabe que queda allá por los confines marítimos de Murcia, como se le quedó grabado en el disco duro avant la lettre (permítaseme lo que siempre me ha hecho tilín para salvar el anacronismo) en los tiempos heroicos del bachillerato. Lo que desconocía, por estas, es eso de que «es el último peldaño de la cordillera Bética», como ha podido leer curioso.
Quiero creer que esta noble encomienda no se haga confiando en la implacable influencia del personaje, sino más bien por el aquel de sacarse una espina, tan saludable y no siempre permitido: Murcia le queda muy lejos (y quienes le amparan no quieren saber nada de desplazamientos, y menos dietados) y además apenas si el ridículo podría hacer si por allí cayera (y no digo nada si es en bañador…).
Mencionaba a mi inexistente parigual porque no cabe duda alguna —ni siquiera a quien vive instalado en ella, pero desde luego sin sacarle el partido del circunspecto don Renato el galo hace unos cuantos siglos— de que estamos ante una muestra de lo que puede ser traducir con los pies en lugar de con la cabeza. No sé cómo andan las autoridades municipales del cabo de Palos, que tengo entendido que dependen de la ilustre Cartagena, de romana prosapia, pero me da la impresión de que, haciendo de la necesidad virtud —locución verbal que ha de tener sus mejores días en tragos críticos como el que nos depara la economía—, o se han puesto en manos del piernas (una figura literaria de carambola que ha de tener nombre, como todo, por insólito que resulte) que echaron de subtitulador de películas que ya se asomó a este blog-pero-menos, o lo han copiado del homework de alguno de los nietos más jóvenes de quien esté al mando con vara, con el propósito de ahorrarse unos eurillos.
Y es que en esta «señal con literatura», como diría una amiga teutonizada de las que predominan en su país de adopción, se han cometido, a juicio de este justiciero ma non troppo (me sea admitido ahora el italiano, exprimiendo recursos lingüísticos, por elevar el ya de por sí bajo nivel que me asiste, pero es que metido en faenas idiomáticas se me convulsiona la poliglotis), dos errores: el primero, añadir texto a la imagen que ya todo el mundo entiende, aunque no tengan en la cartera el carnet que acredita como expertos conductores de vehículos automóviles (pero sí que sabe que la limitación no se refiere únicamente a los galgos, que parece ser lo representado, aunque no tenga ni idea de iconografía, y mucho menos de la teoría de la Gestalt); el segundo, meterse en dibujos de traducción sin un mínimo de recursos o de sensatez —casi siempre el mejor de los recursos—, porque seguro que habían quedado más lucidos a una mala a poco que hubieran aprovechado cualquiera de esos servicios de traducción que se ofrecen ya hasta en la página web de los fabricantes asociados de varillas de abanicos, un suponer.
Aunque, no está de más decirlo, donde esté un traductor con piernas, que se quiten hasta los más sofisticados de circuitos: solo ellos, además de precisión, son capaces de añadir «lustre», algo que está más que claro que les ha faltado a las autoridades cabopalenses o cabopalosinas, que se han conformado con lo «cutre», que tiene menos letras pero dónde va a parar.
Vale.