Como siga esto así, estos atribulados uniqueros que me han dado vela —porque la cosa se va pareciendo a un entierro… de la corrección— e imagen, y que ahora pasean tan contentos por tazas e imanes como si de un ídolo se tratase, me van a tener que incluir en plantilla, porque ya van peligrando mis facturadas matrices, exiguas en todo caso. Porque Erasmo Cejota ante todo es corrector, de los de facturar (poco) por matrices. Lo de «justiciero» es un atributo más bien pintoresco, como la capa forgiana, y que le hace poca justicia en honor a la verdad.
Trae causa, como dirían los juristas en su sentenciosa jerga, esta nueva aportación de los nuevos métodos empleados —descubiertos osaría decir, porque parece ser algo consustancial a la publicidad, esa crematística comunicación audiovisual, que ahora está en los planes de estudio de casi todas las universidades— por los anunciantes para lograr atraer la mirada adquisitiva de los potenciales clientes. Si la definición clásica de economía, que tiene su miga pese a su aparente sencillez (o acaso la sencillez fuera la mía cuando me la enseñaron), es «bienes escasos susceptibles de usos alternativos», nunca más al pelo que en estos tiempos de crisis crisis o crisis2. El problema es que cada vez más hay menos siquiera con bienes. El asunto es que ya no saben qué hacer para vendernos su mercancía… aunque hay algo en lo que siempre se mostrarán tenaces y hasta pertinaces: su descuido en lo que sigue siendo, a pesar de todo, su soporte principal, la lengua. Y en este aspecto, si se suele decir que una imagen vale por mil palabras, no hay palabra mal plantada que puedan enmendar mil imágenes.
Véase si no la que ilustra esta nueva muestra de fuegos de artificio de fiesta venida a menos, si no fuera por mi paredro serio y documentado (aunque la verdad es que en este caso tiene poca tela que cortar, de tan evidente): mucho plástico, transparencia y grueso papel cuché por delante y por detrás para que «Lo mires por donde lo mires» veas el pedazo de coche al uso y suplantación de la cabecera de la revista dominical, que la inversión compra lo que haga falta… todo muy cuidado; pero una simple virgulilla mal colocada da al traste con todo: «¿cúal?». Sabrán mucho de comunicación y trampantojos, pero tengo mis dudas de que sepan leer en ese departamento tan creativo de la marca alemana, o con las prisas (aquí no hay juego de palabras con la editora del magacín, que a veces también descanso) no han tenido tiempo para pararse a leer siquiera lo que les ha resultado, porque de lo contrario no habría salido a la luz y con ropaje tan aparente. Conque un discreto y apenas oneroso corrector hubiera sido invitado a la fiesta, todo habría ido, como Das auto, sobre ruedas. Una pequeña, por no decir simbólica, inversión casi de seguridad, como el cinturón y la bolsa de aire.
Aunque, después de todo, vaya usted a saber si no será una vuelta de tuerca más en las técnicas publicitarias: de no ser por ese cutre e imposible «¿cúal sería?», ¿a qué ton y a qué son estaríamos los sesudos y cavachueleros correctores, elegantes pero informales, hablando de coches tan ajenos a la profesión —por inalcanzables a base de sus matrices— y aireándolo en círculos tan alejados de sus targets (para que nos entiendan mejor, y a cambio de lo de la bolsa de aire)?
¿Y en El País no tienen nada que decir, ahora que ya han recuperado —aunque un tanto vergonzantemente— la tilde de su nombre, y cuando el anuncio pasa por ser nada menos que su portada? ¿O se llamarán a andana, con lo rancia que es la locución y lo modernos que han sido siempre?
Y de remate, como siempre, el fundamento normativo.
Vale.
Fundamento normativo
En pp. 245-247 OLE: la palabra tónica «cuál» se escribe con tilde diacrítica (en la «a», que es donde recae el acento) para diferenciarla de su homónima átona «cual» y así prevenir su confusión […]. La palabra «cuál» es siempre tónica y se escribe con tilde cuando pertenece a la clase de los interrogativos y exclamativos: ¿Cuál te gusta más?; ¿Con cuál te quedas?