Voy a tratar de ser como ese maestro de la canela fina que es LMA, periodista —siempre a vueltas con su «ABC verdadero»— y académico (si bien siamés, pues entró en la docta casa de la calle de Felipe IV en la misma tacada que su rival y ‘paisano’ JLC, supongo que para equilibrar: la física de los medios), siempre tan elegante y atildado (no se vaya a pensar mal, que lo digo por haber eliminado la tilde de su apellido), aunque me imagino que no voy a pasar de la fórmula de entrada: tengo para mí que si bien (parece ser un hecho que) ya no hay correctores con piernas en los periódicos, los correctores con piernas (está claro que) se divierten con los periódicos.
Y esto no tiene por qué extrañar: ¿acaso no les gustan a los taxistas las carreras de coches o Fórmula 1? Quiero decir que una vez que se han resignado al destierro de la vorágine diaria de los quioscos, no tiene nada de raro que por mero entretenimiento o por amargo regodeo se vuelquen en las páginas de los periódicos –que por otra parte frecuentan, que suelen estar bien informados, así solo sea para seguir la vida de las palabras, pero también los coletazos de Hacienda, que en esto no se diferencian en nada de sus pares los asendereados autónomos– para ver cómo queda el patio después de que a ellos les han castigado sin jugar y les han echado de él. Tampoco hay que descartar que entre ellos se dé esa transmutación que por lo que sé proviene de tierras árticas –donde los correctores, aparte de gastar mitones, han de estar particularmente bregados: no hay más que ver las palabras con las que tienen que convivir, de las que es una simple muestra la que sigue, y en cursiva para que no cunda la confusión— que es el Pilkunnussija, ene más, ene menos, que no puede resistir la comezón de corregir todo lo que se le ponga a tiro. Pero es un dato de los que los estadísticos llaman despreciables y se quedan tan anchos y científicos.
El caso es que suele ocurrir que los periódicos, que es verdad que se exponen mucho, y día a día (y eso que cada vez ganan más páginas las ofertas comerciales patrocinadas por el propio periódico, desde cuchillos a fregonas), son terreno fértil para que arraiguen las erratas y los errores. Tanto es así que, al menos antes, se reservaba un espacio para dar fe de ellas, que aparecían en consecuencia como las más creyentes, y siempre se cubría, como la información meteorológica. Además, también es de suyo reconocerlo, la errata siempre ha tenido un punto guasón y chocarrero, como si la mera trasgresión del orden convencional de las letras o su total confusión o su traición por un oído poco afinado o cualquier otro de los abonos de las erratas –y hay muchos– fuera garante de la broma, a la que por fortuna aún parece proclive el ser humano venciendo a una realidad que maldita la gracia que normalmente tiene.
Se han colado estos dos párrafos con pretensiones entre los pliegues de la capa bermellón de este juntapalabras a cuento de lo que hasta su abigarrada mesa de agobios ha llegado de la mano de un observador atento que busca justicia (de momento, sin tasas) con los que gusta relacionarse. Y lo primero que llama mi atención es la mala suerte que tienen algunas personas o territorios: por una vez que Soria es noticia –y eso que es pura y cabeza de Extremadura, ojo–, un piernas que escribe de oídas les fastidia el titular, y por dos veces, para que no quepa duda de su intención transgresora. Y lo más curioso es que en el encabezamiento se escribe bien «Paleontología», que hay que reconocer que precisa atención, sobre todo si te resbalan los étimos, como «meteorología» —y no precisamente por la cola que comparten—, que no pocos dicen «metereología» y no por eso deja de llover. Pues bien, al cronista de El Mundo, además de aquello le faltan también esos bienes de un tiempo a esta parte tan preciados: atención y cuidado… o eran de corto vuelo y se le han agotado al primer intento, y con «icnitas» de acompañamiento. A propósito de esta última, por cierto, un corrector con circuitos probablemente la hubiera marcado como error y encendido alguna luz y hasta emitido algún sonido irritante, y solo uno con piernas de esos tan hogareños y esforzados podría haberla validado como «cualquier huella o señal producto de la actividad biológica, especialmente pistas, rastros, madrigueras, orificios, perforaciones, señales de mordeduras, etc.». ¡Dígase si sobran o son redundantes!
Algo por el estilo se podría decir del redactor por el «construído», en alguna vida de la gramática española aceptado con esa tilde ahora impertinente: hay muchos a los que, como en el «ti», se les escapa la tilde del bolígrafo o les salta desde el teclado, como si cobrara vida propia, y solo la atención y el cuidado que mencionaba les hace volver sobre ella, retirarla y reservarla para las que en verdad la visten. O sea que es un error efímero y aun inconsciente, y no se enmienda hasta que no toma las riendas el yo racional y que ha estudiado lengua en el bachillerato, cuando tal cosa se estudiaba. Pero a un periodista se le supone algo más de formación, que sin formar, mal es dable informar.
Una pena, ya digo, porque no todos los días Soria es noticia… y de ese libro de excesos que patrocina con éxito la legendaria cervecera irlandesa.
Y para remate, como siempre en este punto, el fundamento normativo.
Vale.
Fundamento normativo
- El participio del verbo «construir» es «construido», sin tilde, por ser palabra llana terminada en vocal. Las palabras llanas «no llevan tilde cuando terminan en -n o -s no precedidas de otra consonante, o en alguno de los grafemas vocálicos a, e, i, o, u» (p. 232 OLE).
- Igual que la palabra «paleontología» (de «paleo» , antiguo; «onto», ente, ser, y «logos», estudio, tratado), estudio de los seres orgánicos de las épocas prehistóricas a través de sus fósiles, se debiera haber escrito «paleontológico», y no «pelontológico».