Aunque este que les habla sea un superhéroe justiciero con capa y antifaz, también tiene necesidades tan terrenas como dormir y, sobre todo, comer —esta vista de lince y este olfato para la caza de erratas necesitan algo más que lecturas—.
Por eso, de cuando en cuando se cuela entre el gentío para abastecerse de provisiones en esos establecimientos donde uno entra con el firme propósito de salir con lo imprescindible, pero termina dejándose convencer por algún cartelito seductor. Así, mientras busco la manera de que mi exiguo presupuesto me permita concederme alguna licencia, escruto estos letreros con ahínco y me encuentro con sorpresas dignas de mención.
Algunos de estos centros ejercen, además, de no tan improvisadas librerías; de hecho, entre la leche y los huevos, no es raro que se cuele alguna publicación reciente o una ganga irresistible. Se aventuran incluso a vender publicaciones normativas como la Ortografía de la Real Academia Española (en sus distintas versiones). Sin embargo, parece que están lejos de predicar con el ejemplo de lo que venden, al menos en este sentido.
No se trata de un mal endémico de una cadena de hipermercados concreta: casi siempre encuentro alguna muestra del poco respeto que en estos centros se tiene por la lengua, pese a sus incansables esfuerzos en materia de mercadotecnia. Para empezar, no tienen muy claro que hay monosílabos que no precisan de una tilde diacrítica porque no tienen de quién distinguirse.
Otras veces, la tilde se cuela como Pedro por su casa sin que nadie la detenga. Gluten es una palabra llana terminada en n que, desde luego, no debe llevar ninguna tilde en la e. Incluso nuestro más fiel aliado, el corrector de Word, lo habría detectado a la primera.
A veces se lo ponen difícil a nuestro buen amigo, pues aciertan con palabras que de verdad existen en nuestro idioma, solo que no están donde deberían (porque, en determinados casos, uno de los poderes de la tilde es el de convertir un sustantivo en verbo).
En contadas ocasiones, sin embargo, un servidor decide pasar de las consabidas naves industriales a esos edificios cargados de glamour vetusto en busca de propuestas más selectas. También en los grandes almacenes encontramos alguna que otra muestra de desconocimiento (o desdén) hacia nuestra lengua.
<
Sin embargo, admito que lo que más me fascina es el pretendido bilingüismo de algunos de estos comercios. El atrevimiento, conjugado con el siempre desacertado impulso de la ignorancia, puede dar lugar a auténticas —y asombrosas— barrabasadas como la siguiente.
Savannah corresponde al español sabanas, llanuras repletas de hierbas altas que poco tienen que ver con el deleite de arroparse para dormir. Esto denota que, al introducir la palabra en el traductor automático —hay aromas inconfundibles—, ni siquiera tuvieron en cuenta la tilde de la esdrújula sábanas (cuya traducción correcta al inglés es sheets).
Suelo abandonar estos lugares cargado de bolsas que, a su vez, rebosan de productos entre los que se cuela alguna errata. Sin embargo, hay una constante que se repite en todas las visitas, habida cuenta de las pruebas presentadas: el tarareo incesante de aquella canción con la que se estrenaron en su día Alaska y los Pegamoides, pues «terror en el hipermercado» es lo que, seguramente, deba sentir cualquier obra normativa rodeada de tanto despropósito.