Aunque por aquello del oficio uno se enfrenta a un buen número de géneros literarios casi a diario, debo reconocer que siento una especial inclinación hacia la poesía, desde la medieval a la contemporánea (a excepción de determinados engendros que, por usar a placer el tabulador y la tecla Intro, el autor decide incluir en este género pese a no ser más que prosa en juliana). Así, recordé hace poco una coplilla popular, habitualmente atribuida a Antonio Machado, que dice así:

Ni contigo ni sin ti

tienen mis males remedio;

contigo, porque me matas,

y sin ti, porque me muero.

Esta afirmación, en la que el romanticismo queda sepultado bajo un sufrimiento que vuelve a aquel estéril, también tiene su reflejo en el gran amor de mi vida, mi particular Lois Lane: la ortografía. Y es que tiene nues­tra preciosa lengua en su haber unas cuantas parejas en las que la convivencia se torna, cuando menos, ardua, puesto que además cierto tercero en discordia no facilita las cosas entre ellas. Se trata, cómo no, del corrector de Word.

Uno de los casos más llamativos es el de la expresión o sea. Esta locución conjuntiva, sinónima de es decir, sirve para introducir una explicación sobre algo dicho ante­riormente y debe escribirse en dos palabras. No obstante, con demasiada frecuencia lo encuentro escrito como una sola, osea, y más de una vez he maldecido al corrector de Word por no marcar el error.

No es su culpa, a pesar de todo: en español existe una forma verbal, osea, correspondiente a la tercera persona del singular del presente de indicativo y a la segunda del imperativo del verbo osear. Su significado, al igual que el de oxear —término que amamos profundamente los aficionados al Scrabble—, es el de ‘espan­tar las aves domésticas y la caza’.

Caso aparte es el de ósea o ‘relativa al hueso’, un adjetivo que también suele emplearse incorrectamente en lugar del nexo explicativo (y que el correc­tor de Word se empeña obstinadamente en escribir).

Al hilo de la frase anterior, también es habitual con­fundir aparte y a parte. Por supuesto, el corrector de Word deja pasar este error con patente tesón, pero tampoco debemos reprochárselo: existe un sintagma preposicional que solo debería emplearse cuando hacemos referencia a una parte de algo. Por lo tanto, debe escribirse a parte si entre las dos palabras podemos colocar el determinante una; de lo contrario, utilizaremos el término aparte, pues a buen seguro se tratará de un adjetivo, adverbio o sustantivo.

Similar a este es el caso de a bordo: la locución adver­bial que se emplea cuando nos referimos al interior de una embarcación se suele confundir con la primera per­sona del presente de indicativo del verbo abordar. Otros términos admiten, sin embargo, la escritura en dos pala­bras y en una, aunque la Academia recomiende solo la última: cabe mencionar los adverbios apenas y aposta.

Entre estas parejas mal avenidas, hay una que me resulta especialmente sangrante: la que proviene de la combinación de por y que. Me centraré en esta ocasión en el sustantivo, habitualmente desmembrado en una suerte de carnicería ortográfica aunque lleve delante un artículo. Huelga decir que nuestro poco avezado ayu­dante, el corrector de Word, tampoco detecta el error, ya que existe una combinación de preposición y pronombre (interrogativo o exclamativo) perfectamente correcta en otros contextos, pero no cuando buscamos un sinónimo de ‘motivo’ o ‘razón’.

En estos casos, la única escritura posible es porqué. Para rizar el rizo, no es extraño encon­trar otra aberración ortográfica relacionada: aquella que planta un artículo determinado delante de la preposición por en ejemplos como «Preguntó el *por qué viniste tan tarde».

Ante casos como este último, acabo soltando el boli rojo, preso de la desesperación, y me pregunto cómo es posible que mi defensa de la buena ortografía siga resis­tiendo desde hace tantos años tan dolorosos envites. Ella, como en la canción de Armando Manzanero, es «la culpa­ble de todas mis angustias y todos mis quebrantos», pero, a pesar de los «amargos desencantos» (y de que cada vez queden menos cabinas telefónicas donde ponerme el traje de superhéroe), sus «dulces inquietudes» siempre me compensan.

Foto: Gastón Cuello

 

Artículo publicado en el número 10 de Deleátur, la revista de los correctores de texto de UniCo. Consulta los números anteriores de Deleátur aquí.

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