¿Qué ventajas e inconvenientes tienen los diferentes sistemas de cita en el texto? ¿Cómo debo componer una bibliografía? ¿Existen recursos de calidad en español para bibliografías? En este artículo de Javier Bezos encontrarás las respuestas.

Javier Bezos es miembro de la Fundéu BBVA (donde ha coordinado el Manual de español urgente), autor de Tipografía y notaciones científicas (Trea), ortotipógrafo y especialista en nuevas tecnologías de la edición. Socio de honor de UniCo del 2016.

 

Hace cosa de una década me propuse escribir un documento que explicara cómo componer bibliografía que fuera más allá de una serie de ideas básicas y generales. En principio, no iba a pasar de treinta o cuarenta páginas, pero ya va por alrededor de ochenta y sigue sin estar cerrado. Con este antecedente, creo que es fácil entender los quebraderos de cabeza que me ha dado este escueto artículo. ¿De qué puedo hablar sino de lo más básico, que ya está  sobradamente tratado en multitud de sitios?

Un planteamiento podría haber sido recordar cómo se componen las listas de obras, pero si comparamos diferentes estilos, veremos que se siguen unos patrones bastante uniformes. Cuando la referencia es un libro, casi todos adoptan el orden regular de autor, título, lugar de publicación, editorial y fecha. Las revistas también siguen un patrón bastante regular. Solo hay algo más de dispersión en la información adicional que necesitan los recursos electrónicos, pero poco a poco se van acercando a las normas de la National Library of Medicine (NLM), también llamadas de Vancouver, y de la ISO.

Bien distinto es el tratamiento ortotipográfico en el interior de las referencias, pues aquí pasamos al extremo opuesto: parece que cada estilo tiene sus propias ideas sobre qué hacer en cada uno de los posibles detalles. A este respecto, creo útil, aunque sea de pasada, señalar dos escuelas claramente diferenciadas:

  • la que se basa en distinguir los elementos con tratamientos tipográficos específicos, tales como comillas, versalitas o cursivas, con un esquema de puntuación sencillo (que podría consistir únicamente en comas);
  • la que se basa en separar unos elementos de otros mediante un elaborado uso de los signos de puntuación como elementos gráficos, sin apenas distinciones tipográficas adicionales.

La segunda ganó mucho terreno en la época de la mecanografía y hoy la han adoptado varios estilos, tal vez por influencia adicional de la catalogación, donde el texto puro es imperativo, pero en tipografía me parece preferible la primera: es mucho más fácil identificar el título de una revista por la cursiva que estableciendo que es el elemento que va entre, digamos, el segundo y el tercer punto.

Quienes me conocen, me han leído o me han oído probablemente sepan lo mucho que me gusta la automatización. Ya he dicho que la gran mayoría de las correcciones ortotipográficas pueden llevarse a cabo mediante macros o programas, de modo que el ortotipógrafo pasa a ser quien toma decisiones, liberado de la mecánica de su aplicación. Por otra parte, hoy los autores cuentan con herramientas para crear bibliografías, donde se almacenan los datos de modo ordenado para que se puedan extraer con facilidad de multitud de formas. Por tanto, los detalles de puntuación y tipografía que acabo de exponer deberían pasar por estos mecanismos, pues nada mejor que empezar con algo bien hecho.

Mientras revisaba mi documentación sobre la materia, se me ocurrió lo que podría ser el punto de partida de este artículo: una interesante discrepancia entre dos fuentes. La primera es un artículo de José Martínez de Sousa titulado «Problemas de la edición científico-técnica», publicado en su sitio web (www.martinezdesousa.net), donde leemos: «Un sistema tan sencillo como el llamado sistema Harvard o sistema autor-año, que consiste en colocar el nombre del autor, el año de la edición de la obra a que se refiere y seguidamente, tras dos puntos, la página o las páginas, aún no se ha generalizado en la medida deseable, incomprensiblemente». Contrasta esta opinión con la expresada por Ebel, Bliefert y Russey en The Art of Scientific Writing (2.ª ed., Wiley, 2004): «There actually are a number of reasons for the lack of uniformity in
citation practice».

Por ello, me centraré en dar unas indicaciones acerca de los sistemas de cita en el texto, con sus ventajas e inconvenientes, para mostrar hasta qué punto es cierta la máxima, que he reiterado en diversas ocasiones, de que en ortotipografía no puede haber criterios únicos y universales, sino que cada documento puede tener sus propios problemas y, por ende, necesitar sus propias
soluciones.

Sistema autor-fecha o de Harvard

Para la cita se toma el nombre del primer autor y luego se añade el año. En algunos estilos se intercala una coma entre ambos elementos y en otros no, pero no me parece una distinción sustancial, sino más de gusto personal. Este sistema es apropiado en materias donde el principio de autoridad de los creadores es importante (especialmente en humanidades) y cada referencia puede aparecer citada varias veces. Veamos un ejemplo, un poco denso:

El vector de Runge-Lenz (o de Laplace [Goldstein 1990]) permitió a Pauli (1926) el cálculo de los niveles de energía, tomando como modelo las orbitas clásicas de Kepler (Goldstein 1990; Landau y Lifshitz 1988), aunque hoy lo normal es resolver la ecuación de onda (Feyman y otros 1965).

He optado por no escribir la coma, tal como hace la ISO en los ejemplos de la norma 690:2010. En primer lugar, tenemos una cita en texto parentético, por lo que debería ir entre corchetes. Luego, tenemos una de un autor que está mencionado en el propio texto; aquí podríamos no darnos cuenta de que es una cita. En tercer lugar, se muestra cómo mencionar dos obras y, finalmente, vemos qué se puede hacer cuando la autoría corresponde a varias personas. Aprovecho la ocasión para destacar la manifiesta impropiedad de la fórmula, que debería ser desterrada, de y cols. (‘y colaboradores’) en lugar de y otros: los autores que no se mencionan son tan autores como los mencionados y no simples colaboradores.

La principal ventaja de este sistema es que permite identificar con cierta facilidad una obra. Por otra parte, en algunas materias se considera deseable que se reconozca en el texto a los autores citados, y este sistema obliga a hacerlo. Nada impide, además, añadir información de la página o apartado, que puede ser tan compleja como queramos: (Goldstein 1990, cap. 3, fig. 7).

En la composición manual hay otra ventaja: es fácil añadir o eliminar referencias manualmente; pero en los sistemas de proceso y maquetación de texto actuales ha dejado de ser una ventaja real y es fácil que la adición o eliminación de una referencia cambie el número de líneas de un párrafo, lo que obliga a un cambio en la compaginación.

El principal inconveniente es que se interrumpe el texto y cuando hay muchas citas seguidas puede resultar molesto. Por otra parte, las normas para crear las citas no siempre son directas y hay que considerar casos especiales. Dado que puede resultar útil, ofrezco a continuación algunas orientaciones, aunque la casuística es más amplia:

  • Varias obras en un año de un autor. Al año se le añade una letra, preferentemente en cursiva; por ejemplo, si hay varias obras de 1971, la primera se identifica como «1971a», la segunda  con «1971b», etc.
  • Autores con el mismo apellido. Se añade en la cita el nombre tras el apellido: (López, Emilio 1971).
  • Autores múltiples. Si son dos, se dan ambos; si son tres o más, se da el primero y se añade et al. o y otros en redonda: (Mestres y otros 2009).
  • Entidades. Las organizaciones, empresas, universidades y otras entidades se pueden dar como siglas, aunque si son breves y no hay muchas citas en el texto, pueden ir los nombres completos.
  • Obras sin fecha. Se indica s. d. o sin fecha.
  • Fechas complejas. En ciertos tipos de materiales, como periódicos, puede ser importante dar el mes, el año, la estación… Si la bibliografía incluyera referencias de este tipo, debería repetirse el dato completo tras los de publicación, o bien dar la fecha completa tras el creador.

Citas numéricas

En el texto se pone un número, que puede ser correlativo o el asignado en la lista de referencias.

La principal ventaja de las citas numéricas es que son concisas y no interrumpen la lectura. No hay que considerar casos especiales como los del sistema de Harvard, porque asignar un número correlativo es mecánico. Cuando la numeración no es correlativa en el texto sino en la bibliografía, se puede seguir un orden distinto al del autor (como cronológico o por materias).

De nuevo, la composición manual planteaba retos distintos a los actuales: al añadir o suprimir citas, había que renumerar todas las posteriores, mientras que en los sistemas de proceso y maquetación de texto ya no es un problema. En realidad, es incluso una ventaja, pues es fácil de automatizar.

En el siguiente ejemplo, que es idéntico al anterior, se muestra un inconveniente obvio:

El vector de Runge-Lenz (o de Laplace7) permitió a Pauli15 el cálculo de los niveles de energía, tomando como modelo las órbitas clásicas de Kepler7,20, aunque hoy lo normal es resolver la ecuación de onda32.

No es fácil deducir aquí de un simple vistazo quiénes son los autores mencionados. Otro inconveniente es que, si el número se da voladito, añadir información sobre página, sección… es problemático (aunque no imposible).

Los números de cita suelen seguir dos grafías: volados o entre paréntesis (o corchetes).

Un problema clásico de las cifras voladitas es dónde situarlas con relación a los signos de puntuación y en la cadena del texto. Al tratarse de información no esencial para la lectura del texto, me parece preferible que vayan coincidiendo con una pausa (coma, punto, punto y coma…), pero no es la única opción; tampoco me parece cuestión crucial si va antes o después del signo de puntuación. De unirse varias citas, se separan con coma y sin espacio: 3,5,12-14,21; aquí se puede ver un intervalo con un guion para los números 12, 13 y 14.

Si se opta por no hacer llamadas voladitas, sino del tamaño del texto, lo más habitual es que vayan entre paréntesis. Sin embargo, en ocasiones hay riesgo de confusión, pues también podría haber cifras aclaratorias. De ahí que en algunos estilos se opte por dar las citas entre corchetes:

El número de personas que se han estudiado (27) no es suficiente para llegar a conclusiones definitivas [32] y por ello…

En este caso, 27 es el número de personas. No soy muy amigo de estas distinciones sutiles: la ortotipografía debe servir para hacer aún más obvio lo que de por sí debe ser obvio.

Citas al pie

Y no podemos olvidarnos del sistema clásico de las referencias a pie de página, cuya ventaja manifiesta es que tenemos toda la información a la vista en la misma página. ¿O tal vez no? Es costumbre que, por comodidad y espacio, las referencias se abrevien cuando se repiten, por lo que en realidad ni tendremos la información ni sabremos dónde buscarla, pues puede estar muchas páginas atrás (una solución es remitir a la nota original, pero rara vez he visto aplicada esta idea).

Por otra parte, hoy las listas de referencias bibliográficas no se entienden solo como una mera relación de las fuentes: es en sí objeto de lectura, seguimiento y análisis, por lo que omitirla no parece apropiado.

Por ello se han ideado sistemas duales, con referencias tanto al pie como al final. Se ocupa más espacio, sin duda, pero este doble acceso a la información puede ser muy útil y el trabajo adicional, si se automatiza la tarea, es ínfimo. Se puede, por ejemplo, hacer una llamada con cifra y en el pie dar la referencia como autor-año. Hay otras posibilidades, como el llamado sistema de autor-título, pero, para más información, remito a los recursos que expongo a continuación.

Recursos

Por desgracia, los recursos de calidad en español para bibliografías no abundan y de hecho esta fue una de las razones por las que decidí empezar con el documento sobre bibliografías en mi sitio web.

Por un lado, tenemos obras como las de Martínez de Sousa, esenciales para las prácticas tradicionales, pero que ya han quedado desfasadas, no se ajustan al mundo académico actual y miran más claramente a las humanidades. Por otro lado, tenemos los escuetos manuales de estilo hispanos, poco accesibles y no siempre claros ni detallados; por ejemplo, la Revista de Filología Hispánica se despacha las citas en apenas una veintena de líneas, y no es ni mucho menos excepcional. Es comprensible, por tanto, que los sistemas anglosajones se acaben imponiendo y que abunden las meras transferencias de sus manuales, mucho más detallados y claros que los españoles.

Pero tal vez el principal problema sea que normalmente se centran en qué datos se dan y su orden, sin entrar en los detalles tipográficos y de puntuación que tantos quebraderos de cabeza dan a los correctores. La excepción es, por supuesto, Martínez de Sousa, a pesar de las reservas.

Para bien o para mal, en determinadas disciplinas hay que atenerse a los estilos a los que están acostumbrados los respectivos especialistas, aunque sean de origen anglosajón. Y para un trabajo serio creo imprescindible acudir a las fuentes impresas.

Los manuales de estilo de Oxford y de Chicago son, para el Reino Unido y los Estados Unidos, respectivamente, dos fuentes básicas. Para el primero, nada mejor que el sitio del propio manual si queremos un resumen; son reglas que se pueden trasladar en su mayoría al español, pues siguen criterios bastante clásicos:

http://www.chicagomanualofstyle.org/tools_citationguide.html

También Oxford, o las Hart’s rules, como también se las conoce, sigue pautas bastante clásicas.

Sí está disponible en Internet el manual de la Biblioteca Nacional de Medicina estadounidense (NLM), también conocido como estilo de Vancouver:

http://www.ncbi.nlm.nih.gov/books/NBK7256/

Es muy detallado en un buen número de problemas prácticos. No solo Vancouver sigue ahora a la NLM, sino también al Council of Science Editors (CSE), que trata casos especiales con extremo detalle en su Scientific Style and Formats. Si bien es cierto que estos manuales dan soluciones ajustadas a sus propios estilos, puede ser una base para llegar a soluciones propias.

La ISO publica directrices para bibliografías en su norma 690:2010. Es de pago, pero en la biblioteca de Aenor (si se está en España) se puede consultar libremente. Es preciso advertir que, a pesar de haber sido renovada hace ya siete años, todavía siguen apareciendo guías basadas en una versión antigua (que tenía dos partes).

Dejo de lado manuales especializados de química, psicología, física, lingüística, astronomía, etc., que solo hacen falta realmente si se tiene que trabajar con ellos. Mi consejo a este respecto es ir siempre al sitio web de la entidad que las publica. Por ejemplo, en la MLA tenemos una explicación muy didáctica sobre cómo hacer las referencias en:

http://style.mla.org/

En español, una fuente complementaria es el Manual d’estil de Mestres, Costa, Oliva y Fité (Eumo, 2009). Está marcadamente influido por las normas de catalogación, no siempre apropiadas para referencias académicas. Está en catalán, pero los castellanohablantes no deberían tener muchos problemas para seguirlo, pues la redacción es clara y sencilla.

Y, por supuesto, está mi propia guía, pensada también para resolver problemas ortotipográficos:

http://www.texnia.com/archive/bibliografia-iso.pdf

Entre los gestores de bibliografías, tenemos RefWorks, Mendeley y Zotero. El formato BibTeX está
asociado al programa TeX y es frecuente en el mundo académico científico. Con él se puede automatizar la creación del formato hasta el último detalle. Lo que me interesa aquí de este último sistema (en uno de sus derivados) es la larga serie de ejemplos disponibles en:

http://www.ctan.org/tex-archive/macros/latex/contrib/biblatex/doc/examples

No es necesario saber TeX para observar la variedad de disposiciones mostradas en los archivos PDF.

Artículo publicado en el número 11 de Deleátur, la revista de los correctores de texto de UniCo. Consulta los números anteriores de Deleátur aquí.

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