Es muy habitual oír (cuando este discreto y apretadito verbo no había perdido su batalla particular con el polisílabo «escuchar», justo ahora cuando más hay que oír, velis nolis, y cuando menos se escucha en realidad) que una de las causas del atraso de los españoles respecto al aprendizaje y dominio del inglés –pero supongo que vale para cualquier idioma– hay que apuntársela, también, al generalísimo de los Cuarenta Años y a su temprana imposición del doblaje en todas las películas o ‘flims’: eso impidió, y lo sigue haciendo, porque las VV. OO. SS. siguen siendo minoritarias, que sus súbditos y ahora ciudadanos, en particular sus oídos, se acostumbraran a oír el idioma original, mayoritariamente el inglés, entre otras cosas porque en EE. UU. el cine es una verdadera y boyante industria casi desde que nació, aunque todavía no supiera ‘hablar’.
Desde luego, si nos asomamos a los subtítulos –ayuda necesaria para facilitar las cosas, a veces también a los que dominan la lengua que se despliega en la pantalla– que un atento cinéfilo y sin embargo miembro de UniCo ha puesto en la mesa de desvelos de este corrector, una de dos: o sale corriendo a la primera academia de inglés a aprender a entender sin ninguna mediación lo que se dice en la pantalla, con el oído atento y mirando a la cara a los que hablan y no al pie de la pantalla, o se planta ante el Ministerio de Cultura (donde den las ventanas del ICAA: Instituto de las Ciencias y las Artes Audiovisuales, casi nada) con una pancarta y algo sonoro en la boca reclamando «¡do-bla-je, do-bla-je!».
El caso es que no hay ni que ponerse en contacto con el gremio de traductores, ya suficientemente atribulado, para darse cuenta de que, en lo que nos ocupa, de lo que se trata –¡pero si solo fuera aquí!– es de lo que se viene en llamar ‘falsos amigos’ (de la primera, con esa tilde ausente y sobre todo ese «com» por «con» no hay ni que hablar, más allá de volver a romper una lanza, si es que las hay ya, por las sufridas preposiciones… ¿o le habrá traicionado el subconsciente y se creerá que ya todo es «.com»?). Denominación esta de «falsos amigos» que es tan acertada que hasta ella misma es tal, como traslación del inglés false friend, y esta a su vez del francés faux ami, una sorpresa que nos depara ese trasunto de DRAE que es el diccionario Oxford, que no todo va a ser inglés sí o sí. Pero es comprensible que así sea, porque ¿alguien aceptaría gustoso o publicitaría algo como «parecido espurio» (o «espúreo», para que nuestro último premiado por el Ministerio del Ramo se quede contento ahora que se le ve tan disgustado por haber sido premiado)? Es lo que tiene atenerse más al contenido que quedarse en el continente. Pues eso, pero sin olvidar la marca de las comillas, que en este caso equivale a peculiaridad.
El problema particular aquí es que, por extravagante (que los ingleses llaman bizarre, de donde «bizarro» para los falsarios, también muy vista) que parezca, con la de traductores que tiene que haber en el mercado, en este ejemplo se pueden apreciar los circuitos de un traductor automático, porque eso del «grillo» por cricket canta mucho, mucho más que el simpático e incansable animal. Cualquier traductor con piernas hubiera sabido que hasta ese peculiar –por no decir insólito– y británico juego tiene su equivalente en castellano, para lo que recurre, una vez más, a arrinconar la alfabética ka por la más de andar por casa cu, sin olvidar la tilde, claro. Por no referirnos, por supuesto, a esa falta de sentido de la realidad, propia asimismo de las máquinas, porque ¿cómo puede haber un artículo, así sea en el venido a menos The Times, sobre el grillo que sea «emocionante»?… aunque sea el grillo inglés.
Lo mismo se puede decir del «suceso» matrimonial, cuando lo más probable es que se trate de un éxito: esos signos de admiración delatan que está hablando alguien que se ha casado hace poco, y todavía apenas si ha tenido tiempo para ver cómo se convierte, en efecto, en algo que adquiere a veces todas las trazas de un suceso.
Dicho esto, ya me gustaría a mí hacer pachas con mi paredro cortazariano el Traductor Justiciero, porque con cosas como estas tiene un campo más que abonado para lucir su fina ironía, que para el subtitulador en cuestión vendría de algo así como fine irony.