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En un mundo cada vez más digitalizado, la precisión en la comunicación escrita es fundamental para mantener la credibilidad y la reputación de una empresa o institución. Sin embargo, esto coincide con una devaluación más que evidente de ciertas profesiones relacionadas con el mundo de las letras, como la traducción y, cómo no, la corrección de textos. Hoy quiero compartir con vosotros por qué, a pesar de los cantos de sirena de los cada vez más numerosos gurús de la tecnología—que tratan de convencernos de que «cualquier automatismo nos parece mejor»— , el ojo humano sigue siendo insustituible.
En las retinas de los lugareños y visitantes aún está grabado a fuego aquel «plallas» (sic) que apareció en una pérgola de Rincón de la Victoria (Málaga) en 2014 para indicar que pertenecía al área de Medio Ambiente y Playas del Ayuntamiento de esta localidad costasoleña; a pesar de los años que han pasado, aún recuerdo la extraña sensación de incomodidad que me invadía cada vez que me encaminaba a darme un chapuzón y me acordaba de la errata de marras. Por cierto, el incidente se resolvió como se resuelven tantas cosas en este mundo: con un parche.
En el ámbito de la traducción también ha habido casos sonados, como cuando se tradujo el nombre del Centro Botín de Santander como «Loot Center» —o «centro del saqueo»—. Este «traduhorror» fue fruto del uso de Google Translate sin supervisión (o, dicho de otro modo, de dar por hecho que lo que hace una máquina es igual o mejor que lo que hace un humano y, por tanto, puede sustituir a este último).
Corregir se suele equiparar a «cazar» erratas; sin embargo, la corrección profesional implica una revisión exhaustiva que va más allá de la gramática y la ortografía. Se trata de garantizar que el mensaje sea claro y apropiado, así como que no dé pie a interpretaciones erróneas que puedan dañar la reputación de una empresa, institución o autor. Un corrector profesional aporta una perspectiva crítica y una comprensión profunda del lenguaje y su repercusión, algo que las máquinas aún no pueden replicar.
Invertir en corrección profesional no debe entenderse como un gasto sin más, sino como una protección de la imagen que se proyecta. Por ello, contar con lingüistas humanos es fundamental para cualquier empresa que valore su imagen y credibilidad.
Como corrector, me he encontrado con todo tipo de casos. Desde autores que no se dieron cuenta de que la misma palabra aparecía más de diez veces en una sola página hasta empresas que, por no revisar, publicaron documentos con errores que pudieron costarles clientes, además de suponerles pérdidas económicas o incluso sanciones. Mi misión no es solo corregir, sino también prevenir, pues un error puede parecer pequeño, pero sus consecuencias pueden ser enormes.
Si hay algo que quiero que recordéis de esto es que invertir en corrección profesional no es un gasto que podáis evitar con solo pulsar un botón en un ordenador; es una inversión en reputación y confianza. Al fin y al cabo, por más que el mar siga siendo el que es, no es lo mismo «playa» que «plalla».