Imagen: Ron Lach (Pexels)
El amor se manifiesta de muchas maneras: miradas cómplices, gestos apasionados, cartas románticas… Sin embargo, en mi caso, he encontrado el verdadero amor en la búsqueda incansable de la palabra precisa. Por eso, no podía dejar pasar este 14 de febrero sin hablaros de mi gran amor: la corrección de textos.
Desde muy joven, mi corazón se aceleraba ante la posibilidad de transformar un texto en bruto en su mejor versión, dándole fluidez, coherencia y precisión. No hay mayor placer que ver cómo un texto va ganando en claridad y cómo un mensaje se refuerza con la intervención adecuada. Quizá yendo un poco contra corriente —o porque siempre me he sentido adalid de causas que otros entienden perdidas—, decidí consagrar mi vida a la noble tarea de la corrección. No ha sido fácil: me he enfrentado constantemente a frases inconexas, cacofonías insoportables, estructuras caóticas y confusiones habituales de términos.
Aun así, nunca he tirado la toalla. Con paciencia infinita, rescato textos que se pierden entre redundancias, elimino repeticiones que empañan la belleza de una idea y doy forma a párrafos que antes eran un caos incomprensible. Y cada vez que un texto sale de mis manos con esplendor renovado, mi corazón se llena de alegría y se refuerza ese amor por lo bien hecho.
Con todo, esta historia también ha tenido sus altibajos. La decepción ha hecho mella en mí más de lo que me gustaría, sobre todo al ver que grandes marcas, instituciones o editoriales publican textos con faltas garrafales o estructuras gramaticales sin sentido, obviando por completo la existencia de profesionales especializados —como yo— que habrían evitado el desastre. También me he sentido traicionado muchas veces, sobre todo cuando tratan de convencerme de que las máquinas pueden hacerlo igual de bien que yo. Aunque soy consciente de que la inteligencia artificial avanza a pasos agigantados, no se puede perder de vista que las máquinas no perciben los matices ni son conscientes de cuán perfecta es la cadencia de una frase bien construida. El lenguaje es la manifestación más humana de todas; por eso, quién mejor que nosotros, los seres humanos, puede comprender su ritmo y esencia.
Hoy, en este día dedicado al amor, mi pasión no se ha apagado ni un ápice pese a que este idilio dura ya unos cuantos años. Otras personas se decantan hoy por las flores y los bombones; yo, por el contrario, celebro la felicidad que me provoca un texto bien hilado, una tilde colocada con precisión o ese punto y coma (¡ah, bendito punto y coma!) que marca la pausa justa. Porque mi amor es eterno e inquebrantable: para mí, la corrección, más que un trabajo, es una declaración de amor por la lengua.
En este Día de San Valentín, celebro el amor por la corrección, que me mantiene en pie cada día y me empuja a seguir luchando por textos mejor escritos, así como por condiciones laborales justas para mi gremio. No hay error que me haga dudar de ese amor ni automatización que me haga flaquear. Porque cuando uno ama de verdad, no busca lo fácil, sino lo mejor. Ese es mi compromiso: seguir cuidando, defendiendo y celebrando la belleza del lenguaje, hoy y siempre.