Imagen: Unión de Correctores
¡Ah, el carnaval! Ayer fuera Miércoles de Ceniza, pero en muchas ciudades están apurando los últimos coletazos de don Carnal hasta que doña Cuaresma tome el mando con la austeridad que la caracteriza. Por lo pronto, estamos en una semana en la que todo vale: el más serio se vuelve bromista y el introvertido se suelta la melena. ¡Si es que hasta las erratas intentan disfrazarse de innovación ortográfica! No obstante, ya os adelanto que eso no colará mientras yo esté de guardia. Aunque el mundo se llene de purpurina y se pinte dos coloretes, mi misión sigue adelante: incluso cuando estoy buscando disfraz, lo mío es velar por la corrección.
Aquí es donde surge el dilema, pues un corrector no se disfraza a la ligera. No puedo elegir cualquier atuendo sin antes revisar que sea ortográfica y gramaticalmente impecable. Así pues, he barajado diversas opciones. Para empezar, un clásico: caballero de la Orden de la Sagrada Gramática, con libro y espada en mano. Sin embargo, temo que me confundan con un actor de teatro del Siglo de Oro o incluso con san Pablo, y no es cuestión de ir mezclando —como diría cierta estrella televisiva— «los churros con las Meninas».
Me planteé también un disfraz de superhéroe, por aquello de aprovechar mi capa y mi antifaz (que la vida del corrector no está para ir estrenando alegremente). Al fin y al cabo, la corrección es un superpoder, ¿no? Sin embargo, al buscar nombres que pudiera ponerle a este alter ego efímero, me encontré con el problema de siempre: «Correctman» es demasiado anglosajón para mi gusto; «Superortógrafo» suena a electrodoméstico —con poca pinta de moderno, la verdad— y «El vengador de las tildes» podría salir en la portada de una publicación de sucesos.
Pensé en algo más sutil. Podía disfrazarme de coma elíptica y, haciendo honor a la maldición que la caracteriza, no aparecer. Aun así, mi deber es estar presente, visibilizar la labor de los correctores y, lo más importante, demostrar que somos y estamos.
De repente lo vi claro: voy a disfrazarme de diccionario andante. Me abriré paso entre la multitud con un portada llamativa y, si alguien me pregunta si en mi interior ya aparece «cocreta», tiraré de repertorio.
Ya lo sabes: si este carnaval ves a alguien vestido de diccionario, con cara de amante de la lexicografía y seguramente con manchas de tinta roja en los dedos, no dudes en saludarme. Soy Justi, el Mítico Corrector Justiciero, y este año, en lugar de confeti —o «papelillos»—, repartiré tildes bien puestas y puntos bien colocados.
¡Feliz —y correctísimo— carnaval!