Imagen: Antonio Fraguas (Forges) para UniCo
Queridos míos:
Llega la Semana Santa y, con ella, esa mezcla de olor a incienso (o a protector solar), procesiones, dulces tradicionales, sueños de desconexión y, por supuesto, encargos de última hora. Porque mientras el mundo se prepara para disfrutar de estos días de descanso y escapadas —o de dar rienda suelta a la afición cofrade hasta que se apaga el último cirio—, algunos profesionales del lenguaje libramos nuestras propias batallas contra los demonios del Word y las tentaciones del «con que se entienda, ya va bien, ¿no?».
Yo me enfrento cada año al mismo dilema: ¿se puede desconectar del todo cuando uno vive atado al teclado por vocación, vicio y contrato mercantil? ¿Es lícito soñar con torrijas cuando todavía hay una tanda de artículos que necesitan una corrección «para el lunes sin falta»?
Las tradiciones son sagradas, por descontado. Hay quien no perdona una Madrugá, pero también hay quien se aferra a repetir «a nivel de» cinco veces en el mismo párrafo y quien mantiene la costumbre de enviar un PDF con el convencimiento de que es un documento editable. Cada uno con sus «cadaunadas».
En esta profesión, también tenemos nuestros ritos: abrir el documento, detectar el primer sólo, soltar un suspiro y prepararse mentalmente para el vía crucis. Porque lo que en principio prometía ser una revisión rápida acaba, casi siempre, en una sucesión de estaciones: desde la negación («esto no puede estar así») o la ira («¡esto clama al cielo!») hasta la concesión («quizá si apaño un poco esto…») o el bajón anímico («y lo peor es que nadie valora lo que hago como corresponde») para, finalmente, llegar a la aceptación («bueno, al menos ya está entregado»).
Aun así, hay algo reconfortante en todo esto. Algo que nos conecta con esa necesidad humana de hacer las cosas bien; de cuidar lo que se dice y cómo se dice, aunque la fecha sea festiva y el cuerpo pida a gritos que nos alejemos del ordenador. Porque la corrección también tiene su parte ritual: es minuciosa, repetitiva a veces, y exige más fe que muchos oficios. Fe en el lenguaje, en la claridad y en el poder de una coma bien puesta para cambiar el sentido de una frase entera.
Por todo ello, compañeros del noble arte de enmendar, esta Semana Santa os deseo algo tan sencillo como complicado a la vez: que hagáis de la pausa vuestra tradición. Que logréis parar. Que podáis salir a que os dé el aire de la primavera, aunque sea al balcón. Que las notificaciones os respeten, los clientes duerman y los textos no os persigan en sueños.
Y si eso no ocurre y no desconectáis porque así lo habéis elegido —y no porque un cliente lo exija con un apremio que rara vez es tal—, que al menos sea una decisión consciente. Porque cuidar las palabras también debería conllevar que nos cuidemos a nosotros mismos y saber cuándo decir «no» a tiempo. No es ningún pecado quedarse cuando otros se marchan, pero es importante tener presente que descansar también es parte del trabajo bien hecho.
Con cariño (y un poco de tinta roja en los dedos),
Justi, el Mítico Corrector Justiciero