Abordamos la corrección de textos poéticos de la mano de Manuela Mangas, correctora profesional y socia de UniCo, quien nos ofrece un completo panorama de este tipo de corrección a través del punto de vista del editor Eduardo Fraile, las poetas Belén Artuñedo y Mar Sancho, el poeta Julio F. Alcalá y la propia Manuela Mangas.

 

La voz del editor: Eduardo Fraile Valles (Ediciones Tansonville)

Cuando llega un original de poesía a tu editorial, ¿solicitas a un corrector la revisión o te encargas tú como editor?
Tansonville es una editorial demasiado pequeña, aunque en poesía todas lo son. Es el proyecto editorial de un autor, así que a la hora de recibir o buscar un original me sitúo en las dos vertientes.

Si me decido a publicar algo que me guste hasta ese punto, seguro que me voy a entender perfectamente con el autor y yo me encargaré de la revisión.

¿Qué corriges o revisas exactamente?
La poesía es algo extremo. El poema tiene la forma definitiva que le ha dado el poeta. Si es bueno, poco habrá que corregir. Intento respetar el texto, y si algo me llama la atención, algún lapsus o descuido tipográfico, lo consulto con el autor.

¿Qué peculiaridades tiene la edición de poesía respecto a otros géneros?
Respecto a otros géneros, la poesía puede ser el paraíso del corrector y también el infierno. Cada palabra, cada signo, cada espacio en blanco deben estar en su sitio para que el mecanismo funcione. El lector puede perdonar una errata en una novela, pero en la poesía una errata es un puñal. Los procedimientos de impresión actuales nos permiten aspirar a la errata cero, pero también, si no estamos vigilantes, se pueden producir desastres irreparables. Que las erratas también las carga el diablo.


«[En la poesía] cada palabra, cada signo, cada espacio en blanco deben estar en su sitio para que el mecanismo funcione. En la poesía una errata es un puñal».


Francisco Pino, en su libro de poesía visual 15 poemas fotografiados (1971), se autoinculpa de un descuido: «La fe es mía, la errata también», y esa fe de erratas contiene, a su vez, maravillosamente, otra errata.

 

La voz de los poetas: Belén Artuñedo Guillén, Julio F. Alcalá Neches y Mar Sancho Sanz

La poeta Belén Artuñedo no encarga una revisión del original antes de enviarlo a la editorial, sino que ella misma corrige sus poemarios. «La poesía es diferente a la narración. Cada palabra tiene un peso definitivo en el poema. A veces, en poesía se fuerza a la palabra a decir otras cosas. Se crea léxico, y esos matices quizá no sean examinados por un corrector desde el mismo punto de vista que el autor». Las pruebas también las corrige ella. En la editorial de poesía nunca le han pedido que corrija nada.

 

En el caso de Julio F. Alcalá, a veces la editorial se ocupa de la corrección y no la encarga él. La finalidad que persigue cuando solicita los servicios de un corrector es múltiple. Por una parte, depurar el texto de errores ortográficos y sintácticos y, además, obtener la máxima coherencia en lo que se refiere a la puntuación y la distribución de las estrofas. Los aspectos que suelen corregirle son las faltas de ortografía, alguna que otra aclaración sintáctica en la construcción de los versos y, sobre todo, signos de puntuación que presentan incoherencias en el uso.

 

Mar Sancho, en cambio, se asegura de que la editorial corregirá sus poemas y deja el asunto en sus manos. Considera que la revisión es esencial para evitar erratas y reiteraciones. Como poeta, es incapaz de corregirse a sí misma: «Las sensaciones y sentimientos, que han quedado atrapados en un momento concreto del poema, mutan rápidamente, y en una segunda lectura se tornan diferentes. Por eso soy partidaria de mantener las impresiones de aquel momento primero, sin corregir el fondo. En cuanto a la revisión de la forma, confío en el trabajo de un profesional». Le parece tedioso leerse a sí misma y es consciente de que no resulta sencillo detectar aquellos errores que uno mismo ha generado (algo aplicable al ser humano en todas sus acciones, no solo literarias). Para ella, la figura del corrector es fundamental para la feliz llegada de sus poemas al texto impreso. Mar, quien también escribe narrativa, asegura que la labor del corrector de poesía es más minuciosa y respetuosa con el trabajo del poeta.

 

La voz de la correctora: Manuela Mangas Enrique

Corregir poesía no es cosa de atrevidos o insensatos. Los correctores de este género literario no somos espíritus elementales ni tenemos el alma en pena vagando por las esquinas del idioma. Para corregirla bien solo hay que saber interpretar las imágenes efectistas que el poeta proyecta en su texto. Tampoco creo que sea fundamental saber escribir poesía para corregirla, pero sí conviene haberse empapado de ella leyendo a los grandes y a los que no lo son tanto.

La poesía empezó a importarme cuando era muy pequeña y mi interés por ella fue creciendo conmigo. Cuando comencé a corregir de forma profesional, en 2009, contaba con un bagaje lector de obras poéticas bastante amplio. Tuve la suerte de estrenarme corrigiendo el poemario de una autora con un buen manejo de los recursos poéticos. Me inicié en este campo porque me lo pidieron, así que la corrección de poesía me buscó a mí, no yo a ella.


«La dificultad que puede suponer trabajar con textos poéticos se salva con pasión y respeto hacia el género. Si a un corrector le apasiona la poesía, tendrá más posibilidades de enfrentarse a su labor con éxito».


Algunos dicen que corregir poesía es difícil, pero quizá sea exagerado. Desde mi punto de vista, no lo es más que abordar cualquier otro tipo de texto literario. Corregir bien, en general, sabemos que no es tarea fácil. La dificultad que puede suponer trabajar con textos poéticos se salva con pasión y respeto hacia el género. Si a un corrector le apasiona la poesía, tendrá más posibilidades de enfrentarse a su labor con éxito. No es imprescindible tener una sensibilidad fuera de lo normal ni entablar una relación sentimental con el poema; pero, en mi opinión, sí se tiene que estar dotado de cierta sensibilidad para corregirlo bien. Hay que estar muy atento a la música, a la métrica y al ritmo, aunque, de distinta forma, esto último también es preciso en la corrección de la prosa poética y la narrativa.

La poesía no es un género tan minoritario como se empeñan en decirnos; sin embargo, muchos optan por autopublicarse, ya que las editoriales solo suelen apostar por autores consagrados. Es frecuente que los poemarios de autores noveles necesiten una corrección más profunda, que exige tener mucho cuidado para no pasarse con el maquillaje. Corrijo, sobre todo, las faltas de ortografía, las conjugaciones verbales incorrectas, las faltas de concordancia, el mal uso y el abuso de los posesivos, la falta o el exceso de los signos de puntuación, las comas criminales y la mayusculitis.

Llamo la atención sobre los problemas de construcción del poema, como el uso de metáforas incoherentes o figuras retóricas mal empleadas, y cualquier mínimo cambio de estilo que efectúo se lo marco al autor con un comentario para asegurarme de que expresa la intención con que ha sido escrito. Hay poetas con un vocabulario muy rico y claro; otros son más rígidos y afectados y menos comprensibles. Por supuesto, siempre hay que respetar el estilo del autor, aunque puede darse el caso de que ese estilo sea casi inexistente y que la corrección corra el riesgo de acabar convirtiéndose en otra cosa.

Cuando alguna editorial me ha encargado la corrección de un poemario, ha sido de un autor con más experiencia. Entonces es cuando se nota el oficio del poeta; por eso hay que tocarlo muy poco. Lo normal es que estos textos solo necesiten una corrección ortotipográfica: dobles espacios, alguna coma que sobra o falta, comillas o cursivas claramente impropias, tildes que se resisten a eliminar, mayúsculas o minúsculas incorrectas y alguna errata. No puedo hablar de obras traducidas porque no he corregido ninguna hasta ahora.

No existen manuales específicos para corregir poesía. Hay que seguir las normas de la RAE, pero adaptarse al poema: el contexto siempre manda. El buen poeta explora y crea lenguaje. Si sabe hacerlo bien, habrá que tocarlo poco, salvo algún despiste. Por ejemplo, si el poeta ha escrito un verbo que no admite un uso intransitivo, un adjetivo desconcertante o una preposición que parece no encajar, casi seguro que no se trata de un error, sino de un juego malabar dentro de esa exploración de los límites del lenguaje. Aunque la poesía es el género literario que más licencias permite, también debe cumplir un objetivo, y no todo vale. El sentido común también es necesario para corregir poesía.

El maestro José Martínez de Sousa, en su manual Ortografía y ortotipografía del español actual, nos ofrece una información valiosa en cuanto a la correcta disposición de los párrafos, los versos, las firmas y los títulos de los poemas, si bien los aspectos de estilo se aprenden leyendo poesía de diferentes autores y editoriales; cuanta más, mejor. En fin, soy consciente de que voy a decir una obviedad, pero a corregir poesía se aprende corrigiendo poesía.

Tal vez no haya un gran número de correctores profesionales especializados en este campo porque no abunda el trabajo ni suele pagarse de manera especial. Esto no quiere decir que se editen pocos poemarios, sino que no se corrigen muchos. Este tipo de textos exige un contacto casi permanente con el autor, algo que supone un tiempo extra de trabajo, que no suele  considerarse a la hora de cobrar. Sin embargo, quienes amamos la poesía preferimos trabajar con este género literario a pesar de todo.

«La textura del aire»,
EDUARDO FRAILE

 

Artículo publicado en el número 10 de Deleátur, la revista de los correctores de texto de UniCo. Consulta los números anteriores de Deleátur aquí.