Corregir no es dar clase de Lengua

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«¿Lleva tilde guion?».
«¿“Hubieron problemas” está bien dicho?».
«¿Esto lo pongo con b o con v?».
Y mi favorita:
«Tú que eres corrector, ¿me puedes mirar este texto en un momentito?». (Procede a enviar un trabajo de fin de máster de 60 páginas).

Amiga, amigo, criatura del verbo: poder… a lo mejor puedo. Pero no debo.

Porque dedicarse a la corrección no es lo mismo que ser docente de Lengua, aunque compartamos el amor por las palabras, el respeto por la norma y, de vez en cuando, la desesperación frente a ciertos usos. Es más: algunos profesionales simultanean la corrección con la enseñanza, pero esa es una cuestión individual y no implica que todos los correctores estén capacitados para dar clase (o, sencillamente, les guste y quieran hacerlo).

Deja que me explique con calma, que hoy me he tomado el café sin sobresaltos ortográficos y estoy de buen humor.

No somos docentes per se

Los correctores profesionales somos, por definición, especialistas en aplicar nuestro conocimiento lingüístico al servicio de un texto ya escrito. Eso implica muchas cosas: detectar errores, proponer mejoras, cuidar el tono y preservar la coherencia, pero no dar clases, resolver dudas escolares ni corregir deberes.

No somos la RAE con patas

Una parte de nuestra labor, claro está, se basa en el dominio normativo: saber qué dicen las fuentes canónicas —como la RAE o José Martínez de Sousa, entre otros—, cuándo lo dicen y en qué contexto (porque hasta la RAE cambia de opinión, ¿eh?). Sin embargo, una consulta puntual no es una corrección. Y una corrección no es una clase. Y una clase conlleva método, planificación y didáctica.

Para eso están los docentes de Lengua, que merecen todo nuestro respeto y aplauso. Y, para resolver dudas, siempre puedes recurrir a la RAE o a la Fundéu.

El tiempo, el conocimiento y el criterio también son trabajo

Cuando alguien dice: «Total, solo es una dudita de nada», está obviando que detrás de esa «dudita» que resolver hay años de estudio, lecturas, experiencia, conocimiento de referencias, diccionarios, gramáticas y, a menudo, un dilema digno de juicio oral.

Responder bien lleva tiempo. Hacerlo con rigor, aún más. Por eso, si no te damos una respuesta inmediata por WhatsApp, no es por desamor lingüístico. Es porque lo gratis, cuando se profesionaliza, deja de ser justo.

Entonces, ¿qué hacemos?

Lo nuestro es revisar textos con criterio, adaptar, pulir, cuestionar y acompañar.

No enseñamos lo que sabemos sobre lengua, pero lo ponemos en práctica con lupa brújula y boli rojo (o macros). Trabajamos por encargo, con tiempos, condiciones y una ética clara. No corregimos por amor al arte ni por impulso; mucho menos por ser «el primo que escribe bien».

Profesionales, no oráculos

Dicho esto, la próxima vez que te plantees si puedes pedirle a un corrector que dé una clase de Lengua, hazte esta otra pregunta: ¿le pedirías a la modista una clase de costura mientras te ajusta el vestido?

Pues eso.

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