Imagen: Suzy Hazelwood (Pexels)
Hoy celebramos el Día Europeo de las Lenguas. Y yo, como buen superhéroe de la tilde y la coma bien puestas, aprovecho para recordar algo importante: los problemas de los correctores no entienden de fronteras. En los distintos países que componen el Viejo Continente, las lenguas cambian, pero las reivindicaciones son prácticamente las mismas.
En España hablamos de tarifas que no llegan ni para invitar a un café. En Francia, los colegas levantan pancartas por lo mismo: contratos justos, reconocimiento profesional y la manía de algunos editores de pensar que con el corrector automático —o la IA— sobra.
Hace unos años, los correctores franceses publicaron un manifiesto para reclamar condiciones dignas y en UniCo les dimos todo nuestro apoyo. Al fin y al cabo, detrás de cada libro, cada artículo o cada manual técnico impecable, hay un ejército de personas que dedican horas a perseguir erratas, incoherencias y frases que hacen tambalear la sintaxis.
Además, lo curioso del asunto es que, pese a que los correctores somos la cenicienta del sector (como alguna vez ha dicho nuestro presidente, Fernando Valdés), si se cuela un error, ¡ah, entonces sí que se acuerdan de nosotros!
Por eso, hoy, Día Europeo de las Lenguas, levanto mi bolígrafo y proclamo:
- Los correctores existimos en todas las lenguas.
- Compartimos los mismos quebraderos de cabeza (y las mismas alegrías cuando logramos domar un texto).
- Y merecemos que se reconozca nuestro trabajo más allá de las fronteras.
Porque la corrección, amigos, no es un lujo: es un servicio esencial para que las lenguas —todas ellas— brillen con dignidad.
¡Feliz día!
