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Primera ronda: contradicción en terreno conocido

Todo empezó con una tilde. Corrigiendo un artículo para una revista universitaria, encontré un sólo. «Norma de la RAE: tilde fuera», pensé. Sin embargo, el manual de estilo de la institución exigía mantener esa tilde para evitar ambigüedades.

Corregir es mucho más que saberse al dedillo la norma académica: en ocasiones, implica aplicar las referencias —no necesariamente de la RAE— en función de un criterio sólido que pueden establecer los propios clientes o, en un momento dado, nosotros como profesionales.

Segunda ronda: selva normativa

No voy a negar que me siento mucho más cómodo cuando soy yo el que marca la pauta cuando de aplicar la norma se trata. Además, los manuales de estilo deberían ser brújulas, pero en ocasiones me siento como un explorador con muchos mapas diferentes en las manos. ¿Por qué? Porque cada institución tiene sus propias coordenadas y lo que en la RAE se desaconseja, en otros contextos se impone.

Por ejemplo:

🔸 Tildes: la RAE elimina la tilde en solo incluso cuando hay ambigüedad, pero muchos manuales institucionales recomiendan mantenerla a fin de maximizar la claridad.

🔸 Cursivas y comillas: la RAE prefiere las comillas angulares (« ») y la cursiva para títulos y extranjerismos. En cambio, El País impone las comillas inglesas (“ ”) y restringe el uso de la cursiva, incluso para frases en lengua extranjera.

🔸 Mayúsculas: la RAE rechaza las llamadas «mayúsculas de relevancia», como Rey o Ministerio, pero manuales como los de El Mundo o ABC las mantienen en determinados casos por convención editorial.

🔸 Entrevistas: la Academia recomienda las rayas para los diálogos; aun así, en medios como El País, se opta por formatos más funcionales como P. y R.

Un ejemplo: en una misma semana, corregí «Rey» en un artículo y lo escribí con minúscula inicial, según la norma académica, pero me tocó mantener la mayúscula en otro texto porque así lo mandaba el manual editorial. A veces, más que corrector, me siento todo un políglota normativo.

Tercera ronda: jerarquía de normas y criterio profesional

Aquí entra en juego uno de los principios más importantes del oficio: la jerarquía de normas. Si el cliente proporciona un manual de estilo, ese documento pasa a ser la norma principal. Aunque la RAE diga una cosa, si el manual del cliente establece otra —coherente y justificada en su contexto—, se respeta. Porque la corrección profesional no es un ejercicio de ortodoxia ni, desde luego, de ego corrector, sino de contexto y encargo. Saltarse el estilo del cliente en nombre de la «norma» (es decir, la académica) puede ser un error mayor que dejar una coma mal puesta.

Y, cuando no hay manual de estilo, toca usar el arma secreta del corrector: el sentido común. Tras muchos años en el oficio, siempre me hago las siguientes preguntas cuando me surgen dudas:
🔹 ¿Quién leerá esto?
🔹 ¿Con qué propósito se escribe?
🔹 ¿Qué espera el cliente?

Si puedo justificar mi decisión con argumentos sólidos, entonces está bien tomada. No se trata de tener siempre la razón, sino de saber razonar lo que se hace.

Última ronda: corregir también es saber adaptarse

Después de mil textos y un sinfín de normas en la cabeza, he aprendido que corregir no consiste en imponer un único modelo, sino en adaptarse al ecosistema lingüístico de cada cliente. A veces, eso significa aceptar que Papa va con mayúscula, que sólo sigue estando en los corazones de muchos o que las comillas inglesas dominan donde uno esperaría angulares.

En contextos periodísticos, institucionales o académicos, lo normativo convive con lo funcional, lo estético e incluso lo ideológico. Por eso, más que buscar una suerte de corrección universal, el reto está en aplicar el criterio con inteligencia y fidelidad al encargo.

Al fin y al cabo, lo verdaderamente profesional no es corregir a ciegas con las obras de la RAE al lado, sino saber cuándo consultar y aplicar otras referencias.

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