¡Qué venganza más esperada y no precisamente fría! Los inquietos responsables de comunicación de Orange —todos los que se encargan de ese mercado parece que han de serlo, como inquisitivos y discretos los espías de toda laya— van a recibir con esta entrega lo que ellos endilgan al común de los mortales (menos a Javier Marías, claro, que abomina de artilugios tales, encastillado y displicente en su Reino de Redonda) cuando nos bombardean con sus tarifas, cada una con sus condiciones y exclusiones e infinidad de letra pequeña de verdad que nadie tiene tiempo ni ganas de leer.
Que si llamadas nacionales, internacionales, ‘esemeses’, ‘guasap’, roaming (¿tiene algo dicho la Fundéu al respecto?, ¿es como lo de «grupo de cabildeo» para lobby?), portabilidad, IMEI, PIN, PUK… y qué sé yo. Aunque parece que esta jerga cala mejor en la población que otras de mayor cercanía e importancia pues se pueden oír —nadie diría ya «oír», que todos prefieren «escuchar», aunque cada vez se haga menos en realidad— hasta en la cola de la frutería y pronunciadas con toda soltura por personas que probablemente no sepan cuál es la capital de Madagascar, con lo que esto y cosas así se enseñaban antes de Conocimiento del Medio, y lo bonito que es Antananarivo.
Y es que menudo recital de posibilidades de jugar con las abreviaturas y símbolos (aunque me temo que tampoco saben qué es qué) de céntimos y minutos. Y no me extraña nada, la verdad, porque ¿cómo se van a ocupar también de los dichosos puntos y los espacios después de tanto baile de tarifas, que solo de leerlas se marea uno?, y más porqués: si las tarifas y sus condiciones semanales, ‘findesemanales’, matutinas, vespertinas, exclusiones, moratorias y demás no se las lee al detalle nadie, ¿quién se va a preocupar de un punto aquí o allá o un espacio (y no digamos de si es fino u obeso mórbido)?… Al margen, claro, de esos locuelos de correctores, que son incapaces de refrenarse ni siquiera ante una descuidada lista de la compra, que ya ha de ser castigo de profesión.
Todo ello sin entrar en disquisiciones —a las que son muy dados ellos, así in genere— sobre por qué el símbolo de segundo es s y el de minuto es min, cuando el minuto está hecho de segundos; o de la importancia del metro y su prevalencia para que se haya hecho con el símbolo m y deje compuesto y casi irreconocible a la medida del tiempo que es el minuto (y nunca faltará en la diatriba alguien que se las dará de gracioso y vacile a sus pares cabalgando sobre la anfibología, que ellos saben lo que es, e insista en la importancia del metro, sí, pero para las comunicaciones urbanas y la descongestión del transporte de superficie). O de lo incomprendido que más de uno resulta cuando se empecina en plantar en las pruebas de imprenta, al margen y con pinturín, que las comillas de cierre simples y dobles son símbolos de coordenadas geográficas y no valen para expresar la duración de una película, por ejemplo, a pesar de que, en efecto son también minutos y segundos y muy resultones desde el punto de vista gráfico y de ahorro espaciotemporal; porque, sí, el apartado de quejas y agravios también está siempre bien nutrido entre los correctores, según me cuenta quien los frecuenta.
Así que, a ver si se enteran bien los ‘orangeros’ con lo que la parte no prescindible de este Corrector Justiciero sin duda va a recetarles implacable acerca de cómo han de plantearnos sus variopintas tarifas; y de paso experimenten por una vez lo que sus sufridos clientes pasan cuando se les ocurre una nueva forma de cobrar por nuestra locuacidad, con sus cláusulas y letra menuda, que ya se sabe que la mejor y más eficaz forma de publicitarse es correr la voz y el anatómico bocaoreja; y venga a hablar y hablar y hablar…