«Todo lo que sé se lo debo a don Justo, mi maestro». Estas palabras de Leonardo Gómez Torrego resumen su discurso tras recibir el diploma acreditativo de su nueva condición de socio de honor de UniCo. El acto se celebró el 12 de junio en la librería Tipos Infames, de Madrid.

Gómez Torrego estuvo acompañado por una nutrida representación de los asociados de UniCo, con su presidente, Antonio Martín, a la cabeza. Compartieron un par de horas de palabras, historias, anécdotas y recuerdos de una vida dedicada a la gramática del español.

Tras un muy interesante elogio del homenajeado realizado por el presidente, tomó la palabra Leonardo Gómez Torrego. Este comenzó su intervención agradeciendo «pertenecer a UniCo, porque me siento muy bien en un ambiente de puntos y comas». Recordó que se dedica a la gramática «desde muy niño, en mi pueblo, Mozoncillo (Segovia), por mi maestro, don Justo». El homenajeado reveló que con siete años «no sabía leer ni escribir, salvo mi nombre». Con esa edad fue a la escuela por primera vez. Cuando su madre le acompañaba el primer día de clase, él estaba avergonzado porque «no sabía nada de nada».

Don Justo «sabía poco, pero lo que sabía lo sabía muy bien. Me sentó en una mesa y me preguntó qué sabía hacer». Torrego escribió su nombre y don Justo lo elogió tanto y le infundió tal ánimo que a partir de entonces «gracias a él estudié todo lo que sé, porque todo lo que él enseñaba lo quería aprender». Don Justo era de esos viejos maestros que se desvivían por sus alumnos, sobre todo por aquellos que apuntaban maneras, y consiguió que Gómez Torrego ampliara sus estudios gracias a una beca. «Era un enamorado del bien hablar y del bien escribir. Yo acabé corrigiendo al señor Trinidad, el pregonero, porque decía “haiga” en lugar de “haya”». Fue una relación maestro-alumno que marcó el futuro del pequeño Leo.

«Mi amor por la corrección idiomática viene de ahí, y de que estudié hasta los quince años con los jesuitas. Estos daban gran importancia a la retórica y la oratoria. Y los alumnos practicábamos… en el púlpito». Tiempo después llegó la universidad: «Diez minutos antes de matricularme en Clásicas, se me encendió la luz y acabé matriculándome en Románicas». Su devenir académico le iba conduciendo a ser especialista en historia del español, «pero se me cruzó el Manual del español correcto. Gracias a él, Lázaro Carreter me llamó para trabajar en la RAE en la nueva gramática».

«El proyecto de Lázaro era una gramática cortita, de no más de doscientas páginas, que pudieran entender hasta los boticarios. Y acabó siendo lo que es: una gramática enorme».

A preguntas de alguno de los asistentes, Gómez Torrego reveló una de sus pasiones ocultas: el deporte. Aunar su trabajo y su afición le llevó a escribir algunos textos sobre gramática y semántica del deporte. Y recordó también muchas expresiones que se utilizaban en su pueblo, pero que ni entonces ni ahora son normativas. No obstante, aseveró, «una cosa es la norma y otra la lógica gramatical, desde el punto de vista psicológico, para entender errores como “se me”. Lo que a veces se ve como intuitivo en el habla acaba siendo normativo». Y terminó diciendo que «las normas no se establecen para encorsetar a nadie», y que «incluso aquellos que las transgreden a conciencia han de conocerlas primero».

Gómez Torrego pasa así a engrosar la nómina de socios de honor de UniCo, en la que le han precedido Pepa Fernández, Manuel Seco, Isaías Lafuente, Daniel Cassany, Alicia María Zorrilla y Alberto Gómez Font.

 

 

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