Tipos de correctores

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Corregir no es «cazar erratas», quitar tildes que sobran o añadir comas que faltan; llega un momento en que se convierte en una forma de ver y estar en el mundo. Y, como sucede en todos los oficios que se desempeñan por vocación, los correctores desarrollamos estilos, manías y personalidades propias. Porque sí, cada maestrillo tiene su librillo, su método… ¡y hasta su bolígrafo —o su atajo de teclado— favorito! Hoy os hablaré de algunos tipos de correctores que me he ido encontrando en mis aventuras como supercorrector y defensor del texto bien escrito.

El filólogo de la vieja escuela

Cita a Martínez de Sousa con la misma soltura con la que otros citan la alineación del Galatasaray en la final de la Supercopa del 2000. Se fía más de su gramática en papel que de cualquier buscador en línea (sobre todo si le responde la IA). Adora el DLE y, aunque no reniega de su versión electrónica, sigue guardando esa edición de 1992 por si acaso. Y, por supuesto, tiene un respeto sagrado por el punto y coma.

El tecnófilo militante

Conoce todos los atajos de teclado de Word, corrige en PDF como quien toca el piano, programa macros sin pestañear y ya ha probado tres programas nuevos este mes. Si el texto está en papel, sufre un pelín. Sin embargo, también sabe cuándo hay que apagar la máquina. ¡Y a veces hasta enciende la impresora!

El maniático del bolígrafo

Corrige solo con un Pilot V5 rojo, comprado en una papelería concreta, porque es su bolígrafo «de la suerte» y ha pasado innumerables pruebas de corrección con él. Si no lo encuentra, es capaz de posponer el trabajo. Su escritorio parece un altar y cada corrección, un acto ceremonial. Pero, cuando entrega, ¡qué maravilla!

El que no suelta hilo

Puede pasarse veinte minutos meditando sobre una coma dudosa o una tarde entera debatiendo si pizza debe llevar cursiva. Tiene espíritu de sabueso lingüístico y no deja pasar ni un espacio extra. Para otros puede parecer obsesión; para él es compromiso con el texto. ¡Y bendita sea su minuciosidad!

El camaleón estilístico

Corrige novela negra por la mañana y tesis de bioquímica por la tarde. Cambia de registro como quien cambia de gafas. Su misión: que el texto suene natural, fiel a su propósito y tono. Podría infiltrarse en cualquier estilo sin dejar huella… o eso es lo que le gusta que piensen de su trabajo.

El zen del lenguaje

Mientras el autor entra en pánico, respira sin alterarse. Retoca sin dramas, explica sin juicio y corrige con paciencia infinita. Sabe que los errores no son delitos, sino parte del proceso. Su mantra: «Todo texto es susceptible de mejora». Y así lo demuestra, sin levantar la voz.

El de la última hora

Corrige a deshoras, con los plazos justos y las ojeras largas. Aun así, entrega a tiempo y con calidad. Posterga la tarea (o, como dicen hoy día, procrastina) hasta el hartazgo, pero porque ha hecho de la presión su combustible. Lo encontrarás con una taza de café cargado, auriculares y esa sonrisa serena de quien sabe que, a pesar de todo, va a llegar de sobra.

Podría seguir, pues hay tantos correctores como textos. Aun así, todos tenemos algo en común: amamos la palabra bien escrita y la defendemos con uñas y criterio. Aunque nadie nos vea y aunque no nos nombren.

Porque, como decimos siempre, somos invisibles, sí. Pero imprescindibles.

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