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Dicen que una biblioteca es un lugar tranquilo, y lo es… si no cuentas las veces que alguien te manda callar por toser demasiado alto (o hasta por abrir un caramelo). Aun así, también es un refugio, un laboratorio del pensamiento y una especie de máquina del tiempo para quienes vivimos entre letras.
Por lo que a mí respecta, confieso que tengo debilidad por esos espacios en los que el ruido no se abre paso tan fácilmente y el conocimiento se ordena por signaturas. En un mundo donde todo parece fugaz, las bibliotecas son una rareza maravillosa: lugares de descanso para las palabras e incluso para quienes no comulgamos con una vida tan frenética como la de hoy día.
Las bibliotecas y los correctores tenemos una relación antigua, casi simbiótica. Allí se formaron muchos de nosotros, con los diccionarios alineados en perfecta formación y las obras completas de los clásicos recordándonos que la lengua no se improvisa. Cuando corregimos, seguimos el mismo impulso que guía a los bibliotecarios al colocar un libro en su sitio: que cada palabra esté donde debe, sin perder su esencia ni su historia.
Hoy las bibliotecas son más que depósitos de libros. Ofrecen wifi, talleres, exposiciones, clubes de lectura y hasta orientación laboral en algunos casos. Son centros culturales en el sentido más amplio, espacios donde la comunidad se encuentra para aprender, descubrir y, sobre todo, conectar. Pero, por encima de todo, siguen siendo guardianas del lenguaje. Cada tomo, cada ficha y cada digitalización es una manera de resistir al olvido.
Para los correctores, entrar en una biblioteca nos hace sentir como en casa. Es allí donde nos reencontramos con los referentes, además de donde buscamos esa edición olvidada que contiene la respuesta a una duda tipográfica o a una cita mal atribuida. Y también donde recordamos por qué elegimos este oficio tan minucioso: porque creemos que las palabras importan, que la claridad tiene un valor y que cuidar un texto es una forma de respeto hacia quien lo leerá.
Por eso, en este Día de las Bibliotecas, levanto mi boli rojo en señal de gratitud hacia quienes archivan, catalogan, restauran y recomiendan lecturas; quienes abren las puertas de estos templos del saber incluso cuando la administración recorta; quienes saben que un libro bien colocado puede cambiar el curso de un día —y, a veces, hasta de una vida—.
Gracias por mantener vivos estos espacios donde la cultura respira y el silencio se llena de significado. 💙
