Logotipo: Benjamí Heras, diseñador y asesor lingüístico
Corría el año 2005 cuando nació UniCo. Entonces, yo ya patrullaba por los márgenes, detectando pleonasmos y rescatando signos de puntuación olvidados en oscuros callejones de texto. Sin embargo, no fue hasta que surgió esta unión de valientes, capitaneada por Antonio Martín, que comprendí que no estaba solo en la lucha.
En estos veinte años hemos pasado del Word y su limitado corrector ortográfico a convivir con inteligencias artificiales que ya no solo modifican contenido, sino que también lo generan. Hemos visto cómo se externalizaban servicios editoriales, cómo se precarizaba el oficio y cómo se equiparaba corregir con cazar erratas o, peor aún, apretar un botón.
Con todo, también he visto cómo nos fuimos percatando de que no estamos solos; cómo nos hemos organizado y cómo seguimos aprendiendo unos de otros. Hemos disfrutado de Encuentros Nacionales de Corrección en los que nos hemos puesto cara quienes ya nos conocíamos de sobra entre las líneas de texto de nuestra preciada lista de correo; también hemos cruzado fronteras para conocer en cada CICTE (Congreso Internacional de Corrección de Textos en Español) a quienes enarbolan con orgullo esta profesión en otros lugares. UniCo, durante estos años, se convirtió para mí en faro, en casa y en trinchera. Porque sí, amigos: corregir también es resistir.
Lo cierto es que en estos años se han conseguido avances reales: gracias al esfuerzo colectivo y la perseverancia de quienes no se conforman con ser invisibles, la corrección ya forma parte de las profesiones reconocidas dentro del ámbito de la cultura. Esto nos permite acogernos a las medidas del Estatuto del Artista, una reivindicación histórica que por fin empieza a dar frutos.
Asimismo, la corrección de textos ahora es más visible que antes —aunque no siempre más comprendida—. Nos enfrentamos a un mercado que quiere inmediatez, desprecia lo invisible y valora más el clic que el criterio. Y, a pesar de todo, aquí seguimos, viviendo de una labor preciosa. Afinando, puliendo y defendiendo el lenguaje como el patrimonio cultural que es. Haciendo que otros brillen sin dejar de reivindicar nuestro lugar y luchando por que la tecnología se valore como un apoyo y no un reemplazo.
Por eso, cuando vi el logotipo de los veinte años de UniCo, sentí un pellizco en la tilde casi tan grande como cuando el gran Forges me puso cara y capa. No solo por lo bien diseñado que está —que también—, sino por lo que representa: dos décadas de dignidad, compañerismo, debate, formación y voz colectiva. Dos décadas recordando al mundo que detrás de cada gran texto hay alguien que lo ha cuidado. Cantaba Gardel «que veinte años no es nada», pero me temo que esta vez toca contradecir al maestro, porque estos veinte años han sido algo enorme para la profesión.
Gracias, UniCo, por dar cobijo a este corrector justiciero. Y gracias a quienes han hecho posible que, veinte años después, sigamos aquí con las pilas cargadas, el diccionario a mano y el ánimo renovado.
