Cuando el corrector no trabaja solo (y el que lo acompaña suelta pelo) 🐾

Imagen: Simone_ph (Pixabay)

Desde hace un tiempo, corrijo con compañía. No es humana, pero a veces parece que sabe más que yo. Tiene los bigotes afilados, la mirada inquisitiva y un oído tan fino como para detectar una errata a kilómetros de distancia. No paga cuota en la asociación, pero estoy por proponerle como socio de honor. ¿Su nombre? Elipsis.

Llegó a casa como llegan las cosas importantes: sin hacer ruido, pero con la clara intención de quedarse. Desde entonces, nada ha sido igual; no tanto porque me interrumpa —que lo hace, ni os imagináis cuánto—, sino porque ha convertido el arte de corregir en una experiencia totalmente nueva.

Rutinas felinas (y ortográficas)

Desde que Elipsis forma parte de mi vida profesional, el proceso de corrección ha adquirido matices nuevos. Ahora los manuscritos llegan con algún pelo, los glosarios se imprimen con huellas si no estoy al quite de que se seque la tinta antes de que él llegue y los PDF se revisan bajo una mirada escrutadora que, aunque no dice nada, lo dice todo.

Elipsis tiene sus propias prioridades:
• Se tumba sobre el manuscrito más urgente.
• Ataca las notas adhesivas como si fueran presas.
• Y, si me paso de horas frente al ordenador, me lo recuerda con un mordisco suave… o no.

Me ayuda a corregir con un sistema propio: de vez en cuando, se sube al teclado y, si no detecta tildes mal puestas, se encarga de que haya alguna. Si intento justificar un error con un «bueno, tampoco es tan grave», me mira. Esa mirada hace que me replantee mi criterio y hasta mi existencia entera.

El supervisor invisible

Gracias a Elipsis he aprendido a corregir con más pausa. A estirarme cada cierto tiempo (en eso, él es todo un maestro). A cerrar el portátil cuando alguien me bloquea el acceso con el cuerpo entero. En cierto modo, Elipsis me ha enseñado que la productividad también se entrena descansando.

No acude a encuentros, pero se tumba sobre mis notas cuando vuelvo. No abre debates en la lista de correo, pero está al tanto de todo. No aparece en la web de UniCo, pero, si alguien duda de su compromiso con la profesión, puede revisar los maullidos con los que me ha salvado de más de un error.

Mi corrector de cabecera

Hoy, Día Mundial del Gato, quería dedicarle estas líneas. Porque muchas erratas seguirían sueltas sin él. Porque me ha enseñado a trabajar mejor y, desde luego, porque ser corrector en casa con un gato hace que los días sean mucho más llevaderos.

Publicaciones Similares